Cuando a finales de la primavera pasada fui al Pirineo de Behe Nafarroa, aún tenía una visión muy académica del pastoreo de montaña. Sabía que un manejo sostenible de los pastos de montaña implica evitar el sobrepastoreo, que crea suelos desnudos, tanto como el infrapastoreo, que da paso a la matorralización (con el subsiguiente riesgo de incendios). Las consecuencias de ambos son el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Lo que no sabía es que guiar a las ovejas para conseguir este objetivo es luchar contra su patrón natural de pastoreo. Y que conseguir un pastoreo guiado para un manejo sostenible es además de un reto físico, una verdadera ciencia de la comunicación con las ovejas, en la que ambas partes, pastora y rebaño, tienen que escucharse.

Mi vida de pastora me dio una perspectiva nueva de ciertos temas que creía que tenía muy claros como investigadora. Incluso mi yo pastora entró en contradicción con mi yo investigadora. Al vivir de cerca el pastoreo descubrí una complejidad que antes ni siquiera imaginaba. Sospecho que es la ignorancia de esta misma complejidad la que hace que algunas políticas o recomendaciones científicas que tienen mucha lógica encuentren barreras en su implementación en la vida real.

Para la sostenibilidad de los pastos de montaña es fundamental reconocer la capacidad de observación y sabiduría que se esconde tras los pastores y pastoras, valorar su profesión y sacarla del desprecio cultural.